Más allá del ruido

Ahora que tanta gente está descubriendo que hay vida detrás del tráfico, recuerdo esta instalación sonora en el Conde Duque de Madrid, febrero de 2014. Durante unos minutos, en la penumbra de las bóvedas y dentro de un círculo de altavoces, se escuchaba una secuencia con esas otras voces. En el montaje, el tráfico arrancaba y paraba bajo el mando del pitido de un semáforo, y en las pausas la ciudad respiraba. Entonces, con las calles en su estado natural, es decir, invadidas por los coches, costó bastante grabar al otro lado de la barrera del ruido.

Este texto era el guion de la secuencia sonora:

Más allá del ruido
Una geografía sonora

Hubo un tiempo en el que se decía que debajo de los adoquines estaba la playa.

Madrid vive bajo una dura capa, oculta por el espeso telón del tráfico. Un bramido denso que avanza por oleadas. Pero cuando calla, más allá del ruido, la ciudad respira.

Esto es una geografía sonora, un recorrido por algunos de los paisajes urbanos que suenan detrás del ruido, donde está el silencio. Empieza antes del amanecer, a la luz fría, no del alba, sino de las farolas, cuando el tráfico no es más que un murmullo. En el Prado, tras la verja del Jardín Botánico, se escuchan viejas melodías. Canta un mirlo, que no consigue expandir la serenidad de la noche. Otras voces lo intentan –gorriones, urracas, verdecillos… -, pero los coches se anticipan y el estruendo lo tapa todo.

Un semáforo– nada más que una luz y un sonido- se interpone y frena a la bestia. Y durante unos segundos las llamadas de la ciudad emergen, se hacen un hueco. Desde los subterráneos del Metro, en las aceras, se escuchan las músicas callejeras de todos los estilos, de medio mundo. En vivo o enlatadas; de paso o aferradas a una esquina; fanfarrias solemnes o bandas festivas.

El semáforo parpadea, el zumbido electrónico se entrecorta y la masa de ruido desborda otra vez el dique. Cuando se amansa, en las plazas Madrid es Babel. Y un zoco al aire libre. La música del mundo también está en las guturales voces africanas, en las cantarinas voces asiáticas, en las dulces entonaciones latinas. Hay gritos de asombro y de protesta.

Por la ciudad corre veloz la urgencia. Una ambulancia pasa y deja un rastro de silencio. Y el tráfico, contenido, permite ahora la propagación de otros mensajes: las campanas, los carrillones, las voces, los sonidos del trabajo. Las calles adoquinadas y los muros de piedra del viejo Madrid devuelven los ecos y las reverberaciones; éstas, a su vez, rellenan el espacio, lo definen, lo dibujan y nos lo cuentan.

Por encima, sobre los tejados, tan arriba que hasta el tráfico se calla, los vencejos trazan la línea del cielo con su vuelo rasante. A lo lejos, las cumbres del Guadarrama.

Y abajo, el Retiro, o cualquiera de los grandes parques. Caminamos bajo los tilos, bajo los arces y los castaños de Indias. Los pájaros carpinteros delimitan con sus tamborileos las esquinas de estos bosques ordenados; desde las copas zurean las torcaces; de las marañas del suelo escapan los cantos enmarañados de ruiseñores, zarceros, currucas y demás pájaros de las espesuras.

En Madrid, bajo los adoquines no está la playa. Pero aquí, entre los árboles, más allá del ruido, la ciudad es un bosque.

Madrid, febrero de 2014

El cuco y la corneja


Viernes, 10 de abril
Hay bronca en el bosque. En estos días han llegado a Valsaín los primeros cucos, consumados parásitos, especialistas en dejar que sean otros quienes incuben sus huevos. El cuco se burla, las cornejas lo saben y no parecen dispuestas a dejarse engañar.

El viaje que no podrá ser


Viernes, 3 de abril
Esta es la crónica sonora de un viaje de semana santa que no podrá ser. En realidad este es el único sonido grabado en el día de hoy, un mirlo en la ventana de casa. Todo lo que sigue son recuerdos, registros de anteriores y más felices primaveras. Así, imagino que ahora mismo las gaviotas andarán con sus pendencias por A Costa da Morte. Las codornices anunciarán la buena cosecha en los trigales de la Tierra de Campos, mientras que alguna perdiz roja corecheará subida a un majano, en los una dehesa de la Campiña Sur. En los abetales del Pallars costará desentrelazar esta maraña sonora. Un alcaraván silbará en los predios de Menorca, y los flamencos andarán quejándose en las marismas del Guadalquivir. Resistiremos aún, antes de volver a pasear bajo las umbrías laurisilvas canarias.

El pinar en los nombres de las aves


Diario sonoro de un encierro. Miércoles, 1 de abril
El viento cálido de abril trae una suave llovizna al bosque. Un pinar, como se encargan de recordarnos los nombres de las aves. Por un tronco trepa un trepador azul. Gatea un agateador. Picotea un pico picapinos. Y desde las copas canta un carbonero garrapinos.  El elenco del bosque está completo cuando entran en escena dos ardillas. Estas, sin apellidos

Después de la nevada

Martes, 31 de marzo
Con la nevada y la vuelta del frío el bosque ha cambiado de aspecto. El silencio de la atmósfera quieta ha sido sustituido por este rumor del viento en las copas de los pinos. Y por debajo de ellas, en vez de cantos adornados se escuchan discretos reclamos, llamadas agudas como alfilerazos. Con el fúnebre vaticinio de las cornejas al fondo.

Cinco mirlos

Diario sonoro de un encierro. Lunes, 30 de marzo

A primera hora de la mañana ha empezado a nevar en este rincón del bosque de Valsaín, en el alto Guadarrama. Pero hasta ese momento, con las primeras luces, la primavera todavía resonaba con fuerza. Hasta cinco mirlos cantaban a la vez y formaban esta especie de madeja sonora.

Una vaguada en el pinar

Diario sonoro de un encierro. Viernes, 27 de marzo.
Este es el escenario a primera hora de este viernes: una vaguada en el bosque por la que escurre un arroyo, envuelto en una maraña de zarzas y espinos. El sol ilumina solo las copas, la atmósfera está tibia. Y a medida que sube la luz, sube también el concierto de las aves.